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¡Participé en un evento que marcó mi vida! Reunión Consultiva Regional de América Latina y el Caribe para Avanzar en la Aplicación de las Reglas de Bangkok

Foto del escritor: Mujeres LibresMujeres Libres

Actualizado: 14 ene


¡Participé en un evento que marcó mi vida!


Reunión Consultiva Regional de América Latina y el Caribe para Avanzar en la Aplicación de las Reglas de Bangkok


Por: Claudia Alejandra Cardona - Corporación Mujeres Libres


Fui invitada a la Reunión Consultiva Regional de América Latina y el Caribe para Avanzar en la Aplicación de las Reglas de Bangkok, un evento organizado por el Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente (ILANUD), el Instituto Tailandés de Justicia (TIJ) y la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC). Esta reunión se llevó a cabo del 24 al 28 de noviembre de 2024.


Cuando recibí la invitación, no solo me emocioné por representar a Colombia y a nuestra organización, sino también a la Red Latinoamericana de Mujeres Libertarias Fundiendo Rejas, integrada por mujeres anteriormente encarceladas de México, El Salvador, Guatemala, Brasil y Colombia.


Sin embargo, el entusiasmo pronto se mezcló con el estrés. Salir del país me implica trámites engorrosos tanto para mí como para quienes me invitan, como radicar permisos, reunir documentos y enfrentar posibles rechazos. Pedir estos apoyos nunca es fácil, pero ILANUD estuvo atento a todas mis solicitudes. Aun así, debía tramitar la visa para Costa Rica, y temía que mis antecedentes penales fueran un obstáculo insalvable.


A pesar de mis dudas, ILANUD me sorprendió con un mensaje: Costa Rica había emitido una visa oficial y habían gestionado todo con migración para evitar problemas a mi llegada. No podía creerlo. Me presenté en la embajada con los documentos, esperando interrogatorios y trámites complicados. ¡Pero en solo 15 minutos tenía la visa estampada en mi pasaporte!


El día del vuelo, decidí llegar temprano al aeropuerto, anticipándome a posibles complicaciones en migración. Mientras esperaba en la fila, llegó la coronel Claudia Nossa, comandante superior del INPEC, quien también asistiría al evento. Con cierto temor, le conté que había estado privada de libertad y que, aunque llevaba todo en regla, mi salida del país se complicaba y demoraba. Su reacción fue inesperada: en lugar de juzgarme, me ofreció su apoyo emocional y decidió acompañarme durante el proceso, distrayéndome con conversación mientras esperaba la autorización.


Para mi sorpresa, todo fue rápido y sin inconvenientes. Llegamos a la sala de espera junto a Ana Lucía Moncayo, profesora e investigadora del Centro de investigación sobre política criminal de la universidad Externado, quien también viajaba con nosotras. Sin embargo, el vuelo tuvo un retraso inesperado por un problema técnico, y mientras esperábamos, no pude evitar sentir que los contratiempos eran algo que se sumaba a todas las adversidades que podrían ocurrirme, como si todo fuera "mi culpa".


Al aterrizar en San José, los nervios volvieron. Me esforzaba por mostrarme tranquila, pero por dentro temía ser interrogada nuevamente, como me ocurrió en Panamá, donde fui deportada junto a mi hija, tras cuatro interrogatorios delante de ella. Sin embargo, todo fluyó: solo me preguntaron a qué me dedicaba y sellaron mi pasaporte sin problemas. Al salir, vimos un cartel con un oso hormiguero muy llamativo donde nos tomamos unas fotos. Fue ahí, frente a ese letrero, donde no pude contener las lágrimas. Ana Lucía me abrazó y lloramos juntas, no de tristeza, sino de alegría. Por primera vez, me sentí tratada con dignidad en un proceso migratorio. Una de las fotos se la enviamos a Selene Pineda Coordinadora Regional de ILANUD en el Área de Sistemas Penitenciarios y Alternativas a la Prisión, quien me respondió emocionada: "Estamos todos celebrando".


Daniela Escallón, de UNODC en Colombia también estuvo muy atenta. Desde semanas antes de mi partida, estuvo pendiente a cada detalle, incluso se tomó la molestia de comprarme una SIM internacional para que pudiera comunicarme al llegar al aeropuerto de Costa Rica. Su preocupación era asegurarse de que todo mi proceso en migración fuera lo más tranquilo posible y que yo tuviera con quién contar en caso de necesitar ayuda. Incluso, mientras estaba en esa sesión de fotos con el oso hormiguero y llorando por la emoción, me llamó para preguntar cómo iba todo. Estoy casi segura de que me escuchó llorar mientras, entre lágrimas, le decía que ya había pasado por migración.


Otra mujer que estuvo conmigo a la distancia fue Pilar Peralta. Durante los preparativos y durante el viaje, estuvo presente en cada paso a la distancia. Me acompañó con mensajes constantes: preguntando si ya me había presentado en la embajada, si tenía todo listo, si había llegado bien al aeropuerto, si había pasado migración. Pilar es una mujer excepcional, llena de amor y empatía, y como lo he dicho en varias ocasiones, ella no solo escucha nuestras historias, sino que comprende nuestras realidades con el corazón y se esfuerza por generar cambios en el sistema. Su dedicación al trabajo por los derechos de las mujeres privadas de la libertad desde el Ministerio de Justicia es admirable, y tengo el privilegio de colaborar con ella todos los días en esta labor tan importante.


Durante mi segundo día en Costa Rica, tuve la oportunidad de visitar el Centro de Atención Institucional (CAI) Vilma Curling, una prisión ubicada en San José, que alberga tanto a hombres como a mujeres. En esta ocasión, el enfoque estuvo en el área destinada a las mujeres, dado el objetivo del evento organizado por ILANUD. Fue una experiencia que despertó en mí, emociones encontradas: por un lado, me pareció maravilloso poder compartir con ellas y escuchar sus vivencias; pero, al mismo tiempo, fue profundamente triste al reconocer en sus historias situaciones que yo misma viví en el pasado. Pese a que tengo fotos de esa visita, no puedo compartirlas públicamente porque en todas aparezco acompañada por las mujeres privadas de la libertad y por los niños y niñas que permanecen con sus madres en ese lugar y de las cuales no tengo aun permiso de publicar. Durante la visita, evité escuchar por tanto tiempo a las funcionarias y preferí evadir el grupo para conversar con mis compañeras, a la final y como siempre hemos dicho en Mujeres Libres, quienes vivimos la experiencia de privación de la libertad es quien puede contarlo de manera vivida y directa, y así conocí más sobre las condiciones en las que viven. Lamentablemente, sus relatos reflejan una realidad similar a la que enfrentan muchas mujeres privadas de la libertad en otros países, incluida Colombia: falta de agua potable, carencias en la atención psicosocial, y una deficiencia significativa en el acceso a servicios de salud.


Otra realidad que pude conocer fue el manejo de la salud menstrual en prisión. Al conversar con una de las mujeres, me explicó que solían recibir un paquete de toallas higiénicas cada mes. En un primer momento, esta información me sorprendió, ya que pensé en la situación en Colombia, donde, contamos con la ley que garantiza estos insumos por parte del INPEC. Sin embargo, al profundizar en el tema, me explicaron que últimamente no han recibido estos paquetes debido a la falta de donaciones. Fue impactante escuchar que, en ausencia de estas donaciones, las mujeres simplemente no tienen acceso y que además deben ser únicamente toallas higiénicas, porque no les permiten tener los productos según sus necesidades.


Me parece gravísimo que un derecho tan básico dependa de la buena voluntad de organizaciones o entidades externas. El Estado, al ser quien priva de la libertad a las mujeres, tiene la responsabilidad de garantizar condiciones mínimas de reclusión, incluyendo el acceso a productos para la gestión menstrual. ¡Esto no debería estar sujeto a la disponibilidad de donaciones!


En contraste, reflexioné sobre la situación en Colombia, donde la ley busca garantizar el suministro gratuito, suficiente y oportuno de insumos de salud menstrual para las mujeres privadas de la libertad por parte del Estado. Si bien aún hay un camino por recorrer para que esta ley se implemente de manera efectiva, representa un avance importante que otros países podrían tomar como referencia.


Un aspecto que me sorprendió fue descubrir que en el CAI Vilma Curling existe un coro compuesto por mujeres privadas de la libertad. Nos deleitaron con su interpretación de varias canciones, y fue un momento hermoso, además que el día de la visita fue el 28 de noviembre (28N), Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, entonces sus interpretaciones estaban dirigidas hacia este tema. Este tipo de actividades culturales son muy valiosas, especialmente porque no suelen priorizarse para las mujeres en las cárceles. En Bogotá, por ejemplo, la mayoría de los grupos culturales están conformados por hombres, y son ellos quienes suelen participar en eventos fuera de prisión. Para las mujeres, estos espacios son escasos y salir a actividades externas representa un reto enorme, muchas veces imposible. Es contradictorio y doloroso constatar que, mientras los hombres no son percibidos como un riesgo de seguridad para asistir a eventos, las mujeres son sometidas a traslados deshumanizantes a nivel nacional para las visitas íntimas ya que en ese momento son quienes tienen menos riesgo de seguridad que los hombres. Esto plantea una pregunta urgente: ¿por qué las políticas penitenciarias perpetúan estas desigualdades? ¿Por qué el régimen penitenciario suele ser más duro para las mujeres?


Es una reflexión que muchas y muchos compartimos, y sobre la cual no existen respuestas claras. Pensamos en cómo la sociedad juzga a las mujeres por salirnos de los roles que nos han impuesto, sin detenerse a entender qué hay detrás de nuestras acciones, incluso cuando estas implican un delito. Los mismos roles de cuidado que se esperan de nosotras nos condenan: si no los cumplimos "bien", somos malas mujeres y malas madres. Pero cuando las opciones son limitadas, cuando no hay oportunidades y buscamos formas de generar ingresos para sostener a nuestras familias, somos igualmente tachadas de malas, sin que se reconozcan las circunstancias que nos llevaron a esa situación.


No profundizaré más en este tema, ya que es largo y complejo. Hoy prefiero centrarme en lo que significó para mí esta experiencia en Costa Rica y en los aprendizajes que me llevo de ella.


El martes empezó la reunión. Al llegar al salón, Selene me informó que el embajador de Colombia en Costa Rica Carlos Rodríguez Mejía, había preguntado por mí desde su llegada. ¡No podía creerlo! aunque él me había escrito unos momentos antes de mi vuelo, mostrándose atento a cualquier inconveniente. Cuando finalmente lo conocí, me recibió cálidamente y me presentó a Ana María Díaz Toro, quien es parte de su equipo de trabajo.


Ese día, en un salón imponente, con muchas banderas, sentí que todos los esfuerzos, miedos y obstáculos habían valido la pena.


Asistí a este evento llena de emoción. Personas de toda la región se encontraban allí, y yo tenía la oportunidad de conocerlas, de hacer contactos y, sobre todo, de contar nuestra experiencia desde lo que significa vivir la privación de la libertad. La metodología fue interesante: unas pocas intervenciones abrían los temas de debate y luego nos distribuían en mesas de trabajo, mezclando a funcionarios y funcionarias de distintos países con representantes de la sociedad civil. Cada espacio era una oportunidad para aportar, y no dudé en aprovechar al máximo cada momento. Hablé sobre lo que sucede en las cárceles, y también me propuse transmitir la necesidad de cambiar la narrativa sobre nosotras: dejar atrás términos como presa, rea, delincuente o pospenada. Nosotras somos más que eso. Somos mujeres, madres, hijas, hermanas, amigas. Somos la vecina amable, la emprendedora, la trabajadora y más. Esa era mi bandera: cambiar las palabras para cambiar las percepciones.


Cuando llegó el momento de mi intervención, los nervios me invadieron. ¿Me escucharían? ¿Podría ser clara, breve y contundente? Llevaba mis palabras escritas para no olvidar lo esencial. Mi ponencia: “Lecciones aprendidas y tareas pendientes en la promoción de derechos de mujeres privadas de libertad” ¡No tan difícil para decir que aún falta mucho, pero necesitaba hablar de muchas cosas!


Un momento antes de mi presentación, se acercó un hombre y me indicó que era el moderador del panel. Me dijo que le gustaba investigar un poco sobre las personas que iba a presentar, y que había encontrado algo sobre mí que le había llamado mucho la atención. Por un momento pensé que se refería a mi trabajo en la organización o a algún tema específico de mis aportes, pero no. Con una sonrisa, me comentó que había leído que jugué fútbol de salón.


Esa simple mención me sorprendió mucho. Era algo mío, de mi historia como mujer, como estudiante, algo que nadie solía tener en cuenta. Le respondí que ya no jugaba porque me había lesionado durante un campeonato con mis compañeras en la cárcel. También le conté que el fútbol fue lo que me permitió terminar de pagar mi carrera universitaria, aunque fue algo completamente inesperado, pero al hacerlo, recibí una beca deportiva que, sumada a mi beca académica, me permitió graduarme de una universidad privada, algo que con mis recursos no lo habría hecho posible.


Cada paso que di, incluso dentro de la cárcel, me permitió construir algo más grande para mí misma. Cuando terminé de contarle, Carlos Alessandro me miró con admiración y me dijo algo que puedo repetir solo entre líneas: “Esto es lo que hace falta contar. No solo lo malo qué se hizo, sino quiénes realmente fueron o son y todo lo que pueden llegar a ser”.


Con esas palabras en mente, subí al panel. No sé si dije todo lo que quería decir, pero di todo de mí, porque sé que nuestra historia, nuestra verdad, merece ser escuchada.


Al finalizar la jornada, muchas personas se acercaron para agradecerme por la intervención. Me expresaron lo valioso que fue poner en claro la situación y recalcar que nuestra voz debe estar siempre presente. Entre quienes se acercaron estuvo el embajador, quien me felicitó por mi participación y comentó lo impactante que había sido mi aporte. Para mi sorpresa, me invitó a cenar esa noche en su casa. Acepté encantada, por supuesto. ¿Quién podría dudarlo? Era una oportunidad no solo para hablar con él sobre el tema, sino también para conocer la casa de un

embajador, algo que no sabía si volvería a suceder.


Su casa estaba decorada con cuadros dedicados a las víctimas del conflicto colombiano, tanto de los crímenes cometidos por las AUC como por la guerrilla. Algunas de ellas elaboradas por Jesús Abad Colorado, y quien es considerado el fotógrafo colombiano que más ha registrado el conflicto armado en el país. Fue un momento conmovedor que reflejaba el compromiso del embajador con los Derechos Humanos.


Luego de hacer un recorrido, se presentó la señora Olga Gutiérrez Tobar, quien, desde el primer momento, se mostró muy amable, dejando claro que no quería ser vista únicamente como "la esposa del embajador". Ella también es una profesional apasionada por su trabajo, el cual combina con sensibilidad y compromiso. Su manera de hablar y de relacionarse, irradiaba mucha calidez, logrando que me sintiera bienvenida. La cena fue deliciosa, y tanto el embajador Carlos como la señora Olga se mostraron increíblemente cercanos. Ambos irradiaban una mezcla encantadora de sencillez y un genuino interés por cada persona en la mesa, lo que hizo de la velada un momento aún más especial.


Por supuesto, también estuvo Ana María, quien estuvo presente en todo el evento y fue un apoyo invaluable para mí. Además, se convirtió en mi fotógrafa oficial, ya que, con mucha amabilidad, se ofreció a ayudarme con esto. ¡Gracias, Ana María, por tu generosidad y por estar siempre dispuesta a colaborar!


En el transcurso de la conversación, el embajador me contó que había sido director de la maestría en Derechos Humanos de la universidad donde hice mi especialización, la Santo Tomás. ¡Este detalle conectó aún más nuestra conversación!


Fue una velada enriquecedora en muchos sentidos, no solo por lo que pude compartir y aprender, sino también por la conexión humana y sincera que se dio.


Salí de allí con la certeza de que había ganado no solo más aliados en esta lucha, sino también una experiencia inolvidable que reforzó mi convicción de seguir levantando la voz en todos los espacios posibles.


Agradezco al embajador, a la señora Olga y a Ana María. Lo compartido fue mi lindo, ustedes fueron muy amables. Además, desde mi salida del aeropuerto en Colombia, el embajador estuvo atento a cada detalle, asegurándose de que no tuviera ningún inconveniente migratorio. Su acompañamiento constante, incluso al momento de mi regreso, me hizo sentir cuidada y respaldada.


El miércoles fue igualmente enriquecedor e interesante, manteniendo la misma metodología del día anterior. Sin embargo, en la última sesión hubo un cambio especial: todas las personas que habíamos asistido desde Colombia y Chile nos reunimos en una misma mesa. Lo mismo ocurrió en las otras mesas y con los demás países. Este espacio nos permitió soñar en conjunto sobre los cambios que anhelamos para nuestro país en relación con la política criminal, especialmente en lo que respecta a las mujeres. Fue un momento para compartir nuestras experiencias, pero principalmente para reflexionar y construir lo que deseamos. Además, aprovechamos la presencia en la mesa del viceministro de Justicia de Colombia, Diego Olarte, quien participó activamente en el diálogo y contribuyó de manera significativa al desarrollo del espacio. Su disposición como siempre, fue notable, sumándose a las reflexiones y aportes, lo que enriqueció aún más la conversación.


Esa sesión me hizo reafirmar algo muy importante: si logramos soñar y construir propuestas en ese espacio internacional, también podemos hacerlo en Colombia. No basta con que las políticas incluyan únicamente a los legisladores para aprobar leyes, ni que las mesas de trabajo estén formadas exclusivamente por funcionarios y funcionarias del gobierno o por organizaciones de la sociedad civil. Tampoco es suficiente que quienes estuvimos en prisión o quienes aún lo están, exijamos y luchemos solas sin que nuestras voces sean escuchadas. El cambio verdadero requiere un esfuerzo conjunto. Debemos unir a todos los actores: legisladores, gobierno, sociedad civil, y personas con experiencia directa en el sistema penitenciario. Solo así lograremos construir políticas públicas integrales y efectivas.


Al finalizar la jornada de trabajo, los y las participantes expresaron su agradecimiento a quienes organizaron el evento, y, a su vez, los organizadores agradecieron nuestra participación.


Cuando los organizadores dieron por cerrado el evento, todas las palabras fueron significativas, pero hubo una que me marcó especialmente. La señora Claudia Baroni, representante de UNODC, tomó la palabra para compartir un mensaje en nombre de la oficina en Viena. Comenzó diciendo que todo lo presentado durante el evento había sido valioso e importante, resaltando que los paneles habían sido tanto oportunos como enriquecedores. Sin embargo, destacó uno en particular: el mío.


Fue un momento profundamente significativo, pues escuchar ese reconocimiento de alguien como ella, que representa una institución tan importante, reafirmó el valor de lo que compartí y me llenó de gratitud y emoción.


La señora Claudia resaltó mi intervención, en la que hablé sobre la realidad dentro de las cárceles, lo que enfrentamos al salir de prisión, los cambios urgentes que debemos impulsar y las políticas públicas que necesitamos adoptar. Pero, sobre todo, subrayé la importancia de implementar las Reglas de Bangkok en cada país. Dije algo que parece haber tocado a muchas personas: “Las Reglas de Bangkok no son solo un marco internacional, sino una herramienta poderosa para transformar vidas”.


Que mis palabras hayan sido reconocidas de esa manera, y que las resaltara como un mensaje del evento, fue la confirmación de que nuestras voces tienen impacto, de que nuestras historias y nuestras propuestas pueden llegar lejos y generar cambios. Mis palabras lograron tocar corazones y encender ideas en un espacio tan importante, lo cual me llenó de orgullo y de un renovado compromiso para seguir adelante con lo que hago y amo. Este reconocimiento no fue solo para mí, sino para todas las mujeres que represento y para todas aquellas que siguen esperando que sus voces sean escuchadas.


Al salir del salón, se me acercó un señor a quien no había visto antes y me di cuenta tarde que no sé su nombre. Me dijo algo que también me conmovió: escucharme había sido un privilegio y que mi historia lo había llevado a cambiar su percepción sobre quienes están en la cárcel. Me confesó que quería compartir mis palabras y mi experiencia con otras personas, incluida su familia, porque le habían dejado una gran enseñanza. Además, me pidió tomarse una foto conmigo para mostrar quién soy y lo que había logrado.


Su petición me sorprendió tanto que creo que mi rostro me delató. Entonces, me explicó que él había sido el encargado de traducir mi presentación al inglés. Me contó que había puesto especial cuidado en mantener mis palabras y el sentido de lo que expresé para que todos los asistentes pudieran comprenderlo de manera fiel.


Ante esto, lo único que pude hacer fue darle las gracias, abrazarlo y tomarnos esa foto. Fue un gesto tan sencillo, pero cargado de significado, que también quedará conmigo para siempre.


En la última noche, un pequeño grupo decidimos salir a cenar como una forma de despedirnos, compartir un momento más cercano antes de partir de Costa Rica y reflexionar sobre las experiencias del evento. Fue una velada cálida y significativa en la que tuve el privilegio de compartir con María Noel Rodríguez Tochetti, representante del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). María Noel es una mujer íntegra y cercana, y una aliada invaluable en la lucha por los derechos humanos de las mujeres privadas de la libertad. Su calidez y compromiso se sienten en cada palabra, y tenerla como aliada es un verdadero regalo.


También compartí con el viceministro de Justicia, Diego Olarte, alguien que no solo ocupa un cargo importante, sino que ha demostrado con hechos su dedicación a transformar las realidades dentro del sistema penitenciario. Diego ha trabajado intensamente en estos temas desde mucho antes de asumir este cargo, y juntos hemos enfrentado debates sobre cómo abordar las múltiples vulneraciones a los derechos humanos en prisión. Diego está siempre dispuesto a escuchar, a buscar soluciones a los desafíos que enfrentan las mujeres en prisión y de quienes hemos salido, lo que demuestra que el servicio público puede estar lleno de humanidad.


En esta cena también compartí con la Jueza argentina, María Jimena Monsalve, quien se desempeña como Jueza Nacional de Ejecución Penal en la ciudad de Buenos Aires. María Jimena está por participar en una serie de Netflix que pronto será estrenada, una serie que narra la historia de mi querida amiga y compañera de lucha, Andrea Casamento. La jueza, emocionada por haber formado parte de la serie, nos compartió sus experiencias, y tuvimos una alegre conversación sobre el tema.


Lo que también me sorprendió y me llenó de admiración es que María Jimena es una jueza que ha puesto todo su esfuerzo en el trabajo por las mujeres privadas de la libertad. Con su gran inteligencia, fuerza y, sobre todo, su enorme corazón, ha logrado avances en este campo. Fue un verdadero placer poder hablar con ella, compartir ideas y disfrutar de la cena en un ambiente menos formal. Sin duda, una conversación que me dejó inspirada y agradecida.


Erika Brindis de México, Noelia Pérez de Guatemala y Denisse Pichardo de República Dominicana, también participaron en esta última cena, con Erika tuve la oportunidad de salir a cenar y conocer algunos lugares, caminar por el centro de San José y por supuesto compartir experiencias en la reunión consultiva. También estuvo presente Andrea Barrios, directora del Colectivo Artesanas de Guatemala, una organización que también trabaja por los derechos de las mujeres privadas de libertad y sus familias y con quien compartí panel. Quiero dedicar unas palabras a ella, porque esta invitación no habría sido posible sin su apoyo. Fue Andrea quien le habló a Selene sobre mí, sobre mi trabajo, y sobre el liderazgo que ejerzo en la Red Latinoamericana. Su confianza y respaldo abrieron la puerta a esta oportunidad.


El jueves, nuestro último día en Costa Rica, aprovechamos con Claudia y Ana para salir a explorar un poco. Fuimos a un mercado artesanal, y ahí encontré un peluche de un oso perezoso que no pude resistir comprar. Este peluche tiene un significado especial para mí porque fue un oso perezoso el que me dio la bienvenida en el aeropuerto, justo después de pasar migración. Ahora lo tengo en mi escritorio, como un pequeño recuerdo para no olvidar jamás ese momento tan especial.


Con ellas también decidimos visitar la Corte Interamericana de Derechos Humanos. ¿Cómo ir a Costa Rica y no pasar por la Corte? Era algo que simplemente no podíamos dejar pasar. Al llegar, nos dimos cuenta de que no sería tan sencillo ingresar como si fuera nuestra casa, pero ¡lo logramos! Logramos conocer un poco del lugar y, por supuesto, tomarnos algunas fotos. Fue un momento especial, casi de celebración entre nosotras, porque ninguna había estado allí antes.


Para mí, fue particularmente emocionante y significativo como defensora de los derechos humanos y como alguien que sueña con la justicia para las mujeres. Estar allí, aunque fuera por poco tiempo, ¡me hizo sentir más conectada con esta lucha!


Mi salida de Costa Rica ocurrió sin inconvenientes, igual mi paso por migración Colombia. Y hoy solo quiero decir que la experiencia que viví en Costa Rica fue inolvidable. Al principio, admito que el estrés del viaje y todos los retos logísticos parecían abrumadores, pero todo se desvaneció al llegar y encontrarme rodeada de personas tan amables y comprometidas. Desde el primer momento, sentí un apoyo genuino que me llenó de gratitud y energía.


Quiero expresar mi agradecimiento ILANUD, especialmente a su director, Douglas Durán, a Selene Pineda y a todo el equipo. Ellos no solo me invitaron a este importante evento, sino que también se aseguraron de que pudiera estar presente, cuidando cada detalle necesario para mi salida de Colombia y mi ingreso a Costa Rica. En un mundo donde las mujeres que hemos vivido la privación de la libertad somos invisibilizadas, ILANUD demostró un verdadero compromiso con nuestra causa, reconociendo nuestras luchas y asegurándose de que nuestras voces fueran escuchadas.


Viajar a otro país siempre implica desafíos adicionales para alguien con antecedentes penales, pero esta vez fue diferente gracias al apoyo que recibí. ILANUD ha sido la única organización que, en mi recorrido, se ha preocupado de manera tan integral por garantizar que no enfrentara vulneraciones a mis derechos ni estigmatización durante este proceso. Este gesto no solo facilitó mi participación, sino que también me llenó de esperanza al sentir que mi lucha y mi voz son valoradas.


A lo largo de los años, me ha tocado renunciar a oportunidades valiosas. Fui invitada a un congreso en Australia, a un evento en Ginebra organizado por Naciones Unidas, e incluso hace casi dos años me otorgaron una beca para viajar a Sudáfrica. Sin embargo, tuve que desistir, no por problemas con las visas, ya que incluso me habían concedido la entrada al país, sino por los tránsitos necesarios en otros territorios. El miedo a ser estigmatizada, deportada o, peor aún, privada de mi libertad en un lugar desconocido, donde no hablo el idioma y no conozco a nadie, me paraliza. Ese miedo, tan real y profundo, me ha llevado a renunciar a sueños y a oportunidades de alzar mi voz en escenarios internacionales. Por eso, esta experiencia ha sido tan significativa. Saber que no estoy sola, que mi historia no me define ante los demás y que hay personas y organizaciones dispuestas a respaldarme de verdad.


Este evento en Costa Rica no solo marcó un antes y un después para mí, sino también para muchas mujeres que represento. Al estar allí, llevaba conmigo las historias, los sueños y las luchas de mujeres privadas de la libertad y de aquellas que reconstruyen sus vidas tras salir de prisión. Sentir que nuestras voces fueron escuchadas y valoradas, y que las Reglas de Bangkok se convierten en una herramienta viva para transformar vidas, fue una experiencia muy significativa.


Quiero expresar mi agradecimiento al Instituto Tailandés de Justicia por ser parte de los organizadores de la reunión en Costa Rica. Aunque tuve pocas oportunidades de conversar directamente con ellos debido al idioma, sentí su presencia constante, su atención y su interés en mi situación y en mi participación. Me hicieron notar en todo momento que estaban atentos y valoraban mi contribución.


Agradezco también a Claudia y a Ana Lucía por su compañía, su confianza y la complicidad que compartimos. Viví momentos maravillosos con ustedes, llenos de risas, charlas sinceras y gestos de apoyo. Incluso su preocupación cuando llegó el momento de pasar por migración al regreso significó mucho. Aunque tuvieron que ir a una fila más corta, se devolvieron para despedirse de mí de una manera tan cercana que me dio mucha alegría.


Ustedes son admirables no solo por su trabajo, su calidez y generosidad, sino también por ser un verdadero ejemplo de sororidad y humanidad. Su apoyo me recuerda una vez más, que en este camino siempre es posible encontrar a personas dispuestas a caminar juntas, hombro a hombro, compartiendo no solo las alegrías, sino también enfrentando las dificultades con empatía y fortaleza. Estoy segura de que seguiremos encontrándonos, compartiendo luchas, aprendizajes y momentos que nos inspiren a seguir adelante.


Quiero compartir esta experiencia no solo como un testimonio personal, sino como un agradecimiento a todas las personas y organizaciones que hicieron esto posible. Aún queda mucho por hacer para garantizar los derechos de las mujeres privadas de la libertad y de quienes salen en toda la región. Las desigualdades y carencias que se deben enfrentar no deben ser normalizadas, y la sociedad debe seguir trabajando para transformarlas.


Este viaje fue una prueba de que, cuando se cree en una causa y en el poder de las voces de mujeres como yo, se pueden lograr cosas extraordinarias. La emoción no es solo mía, sino también de las Mujeres Libres en Colombia, y de muchas más mujeres en la región, que sienten que nuestra voz fue representada. Este evento nos ha dado esperanza y fuerza para seguir adelante con nuestro trabajo y con la lucha por nuestros derechos.


Me habría encantado mencionar a cada una de las personas con las que compartí en este evento o que me acompañaron en el proceso. Sin embargo, hacerlo convertiría este texto en un documento interminable, porque con cada una de ellas viví momentos únicos y significativos.


Quiero decir gracias a todos los que estuvieron presentes, a quienes me escucharon, a los que se me acercaron para hablar, y con quienes pude interactuar y compartir experiencias. Su cercanía me hizo sentir como una colega. Esos encuentros reafirman que, pese a las diferencias, compartimos una lucha común y un compromiso por los derechos humanos de las mujeres privadas de la libertad y de quienes salimos de la cárcel. Estos momentos de conexión me han fortalecido y me han dado nuevas energías para seguir luchando. Espero seguir en contacto con cada una y poder trabajar en red, apoyándonos mutuamente, para continuar avanzando en la defensa de los derechos de las mujeres. Gracias por hacer de esta experiencia algo que siempre llevaré en mi corazón. Es un recordatorio de que, aunque las barreras sean grandes, siempre hay personas y organizaciones dispuestas a abrir caminos y a demostrar que nuestra lucha vale la pena.


Claro, me imagino que algunas personas esperaban que hablara sobre todo lo que ocurrió en el evento: las discusiones sobre el trabajo de las organizaciones, las propuestas que se plantearon, los caminos que podríamos recorrer para que las Reglas de Bangkok sean realmente implementadas en cada uno de los países de la región. Sin embargo, esos son temas que abordaré en otro escrito, porque son muchos los análisis, reflexiones y aprendizajes que necesitan su propio espacio para ser desarrollados con profundidad. Además, ILANUD tiene un gran trabajo por delante para sintetizar las conclusiones del evento, y estoy segura de que, cuando estén listas, podremos acceder a ellas y seguir construyendo desde allí.


Por eso, para no redundar en lo que se dirá más adelante, me permití esta vez compartir mi experiencia desde una perspectiva más personal que laboral. Creo que, en ocasiones, es igual de valioso hablar sobre las emociones, los encuentros y los momentos que nos marcan y que nos recuerdan por qué hacemos lo que hacemos. Espero que este relato logre transmitir una parte de la magia que viví en Costa Rica y cómo esta experiencia ha reforzado mis ganas de seguir trabajando en esta área de los derechos humanos.



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